De Málaga a Bilbao buscando un respiro
Bilbao y San Sebastián. Ciudades de luz tenue. De pintxos y txakolí. De charlas de pie en la barra de un bar. De verde campo y de azul cantábrico. De casas señoriales y edificios modernos. De La Concha y el Guggenheim. De hospitalidad norteña. De esto va este post. De un viaje y mis emociones.
Era final de año y tocaba realizar balance y buscar nuevos retos. Y os puedo decir que, en esas últimas semanas, he aprendido a no controlar tanto, a dejarme llevar y confiar más en lo que tenga que venir. En no suponer nada. Por ejemplo, si me quieres decir algo, hazlo bien claro. Y los viajes, son un buen ejercicio para poner en práctica esta idea. Coger un avión y perderte en tu destino es la mejor manera de conseguir “abrazar la incertidumbre”. Así me planté en Bilbao y San Sebastián.
Acompañada de familia, en poco más de una hora que dura el vuelo Málaga-Bilbao, me planté en la otra punta de la península, sin enterarme. Y eso lo agradezco, porque hace media vida que no me subía a un avión y agradecí que, cuestión número uno, no hubiese viento, y cuestión número dos, tampoco hiciera acto de presencia la niebla. Así que allá que aterrizamos amablemente para disfrutar de 3 intensos días por tierras vascas.
Primera recomendación. Del aeropuerto bilbaíno tienes el autobús A3247 que te deja en pleno centro de Bilbao. El operativo que funciona todos los días del año, conecta cada 30 con Bilbao centro. Aunque si quieres más comodidad, siempre está la opción del taxi.
Nosotros nos bajamos en Plaza Moyúa porque nos alojábamos en el Hotel Carlton. Sí, pillamos una oferta y nos fuimos a un 5 estrellas en pleno centro. Nunca se sabe si volveré a este tipo de hospedajes otra vez, o si como es habitual, voy a seguir disfrutando de los hostales.
Pues en cuanto llegamos dejamos las maletas y nos fuimos al Museo Guggenheim donde disfruté como una niña aprendiendo de todos los artistas que alberga. Me impresionó «La materia del tiempo» de Richard Serra una instalación en la que puedes sumergirte y participar de ella. Se trata de un conjunto de formas escultóricas en forma de elipse hasta espirales. Y puedes recorrerlas, rodear sus pasillos y sentir sus sensaciones en el interior. Y jugar con el eco y sentirte pequeña ante su magnitud. También me encantó conocer al autor Alberto Giacomett. Más de 200 esculturas de cuatro décadas de producción en las que este artista estudiaba la figura humana. El inconsciente, la soledad del ser humano aunque esté acompañado, la frustación… sensaciones y emociones plasmadas con su esencia, las figuras alargadas. Disfruté mucho.
Ya por la tarde, vivimos el anochecer en el casco viejo. De verdad, ¡qué bonita es Bilbao cuando cae la noche! Esas callejuelas, la ría de Bilbao, los palacios urbanos y sus fachadas, declarado Monumento Histórico-Artístico… Al final, acabamos probando los pintxos, uno de bacalao, of course, y el txakolí. Porque yo que soy una disfrutona de la vida, no puedo visitar un lugar y no probar su gastronomía.
El segundo día, nos marchamos a San Sebastián con un poco de lluvia. Cogimos un autobús directo. Sólo hizo una parada y creo recordar que nos salió unos 12 euros por billete. Y allí pateamos toda la ciudad. Os prometo que La Concha impresiona mucho más en persona que en las imágenes. Pisamos la arena, como manda el ritual, aunque hacía un frío tremendo.
Nos perdimos por sus callejuelas, visitamos la Basílica de Santa María del Coro y probamos sus «pantxineta» de la pastelería Otaegui que son su especialidad en hojaldre, crema y almendra. Altamente recomendable para endulzar el viaje.
Una de las imágenes más bonitas del día fue en el Café de La Concha. Tomar café allí mirando a la playa, yo que llevo agua de mar en las venas, fue toda una gozada.
Ya el último día seguimos aprovechando para ver todo el resto de Bilbao que nos quedaba. Visitamos el Mercado de Ribera que está construido como un barco en el puerto viejo y anduvimos las Siete Calles. Y por la noche, de vuelta a Málaga. Tres días intensos que nos dejaron imágenes preciosas.
ove
Love Málaga
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